“Sigo preguntándome quién inventó tan simple y bella coreografía.
En la distancia, suspendidas en hilos casi invisibles, se me antojan como un pentagrama de notas palpitantes cuya melodía sólo ellas conocen.
Las golondrinas de la villa no dormían, fingían el sueño, pero estaban atentas por si alguien merecía oír el nocturno que estaban dispuestas a regalar. Esa ignota melodía que saldría de lo más profundo de sus pequeños cuerpecillos para aliviar el dolor y la soledad. Ingrávidas, en perfecta alineación, me atrevo a decir que deliberadamente inocentes, nos observaban. Sopesaban con fingida indiferencia si esos paseantes ocasionales merecían ser testigos de tal maravilla.
No nos consideraron merecedores de compartir su canto. Heridos y errantes, no tuvimos oídos más que para nosotros mismos. Agarrotados en nuestro ego, nos perdemos siempre algo esplendoroso.
La belleza, en cualquiera de sus manifestaciones, me recuerda que hay que perseverar. No todo está perdido.”
-- Rosa María Sardá
En la distancia, suspendidas en hilos casi invisibles, se me antojan como un pentagrama de notas palpitantes cuya melodía sólo ellas conocen.
Las golondrinas de la villa no dormían, fingían el sueño, pero estaban atentas por si alguien merecía oír el nocturno que estaban dispuestas a regalar. Esa ignota melodía que saldría de lo más profundo de sus pequeños cuerpecillos para aliviar el dolor y la soledad. Ingrávidas, en perfecta alineación, me atrevo a decir que deliberadamente inocentes, nos observaban. Sopesaban con fingida indiferencia si esos paseantes ocasionales merecían ser testigos de tal maravilla.
No nos consideraron merecedores de compartir su canto. Heridos y errantes, no tuvimos oídos más que para nosotros mismos. Agarrotados en nuestro ego, nos perdemos siempre algo esplendoroso.
La belleza, en cualquiera de sus manifestaciones, me recuerda que hay que perseverar. No todo está perdido.”
-- Rosa María Sardá
Fuente: elPeriódico (24/03/2020)